Cooperativa Autónoma Cimarronez, la continuidad histórica de nuestros pueblos

El chocolate devorado por jaguares.


Redacción La Coperacha
Ciudad de México // 24 de agosto de 2016

Mesoamérica es maíz y también cacao. Existen miles de años de relación de los pueblos indígenas con esas semillas, visto así, el capitalismo está en pañales y en algunas comunidades pareciera que ni siquiera ha llegado.

A partir de esta afirmación se puede entender que el trabajo de la Cooperativa Autónoma Cimarronez, Anticapitalismo Organizado (CACAO) es “la continuidad histórica de nuestros pueblos” y “una alternativa al sistema capitalista que vivimos”. Desde su cosmovisión, la afirmación se sostiene.

Esta cooperativa, dedicada a transformar el cacao en chocolate y a recuperar tradiciones y saberes de las comunidades de México (de donde son originarios), tiene un sabor fuerte, rebelde, a recién tostado y molido. Las palabras de su nombre fueron escogidas con milimétrica precisión, “somos un proyecto productivo pero también un proyecto político, anticapitalista”, se presentan.

Los 20 sabores combinados del chocolate cimarronez como el cacao con mezcal, con cardamomo, o los clásicos con almendra o avellana, se venden de mano en mano, pero también en cafeterías y espacios “con visión solidaria” como el Café Victoria, la Casa de los Amigos, Carabina 30-30 o la Asamblea de Migrantes Indígenas.

Esta cooperativa, que tiene en su nombre la evocación del cimarronaje, ese movimiento histórico de los esclavos que escapaban para construir comunidades libres, ha hecho de su espacio físico, una especie de comunidad cimarrona, donde todos trabajan y “hacen tequio de a de veras, no por moda”.

Seis años del chocolate libertario
En su local están guardadas historias de 6 años de vida, como su primer molino de mano, con el que molían durante dos horas apenas medio kilo de chocolate, una persona detrás de otra hasta que se cansaban, “con los compañeros agarrando la mesa porque la semilla del cacao es muy dura”. Con dicho molino trabajaron días seguidos a lo largo de 4 años.

Además tienen, como una reliquia de gran valor, visible a los ojos del visitante, su segundo molino, una bicimáquina, con la que, ayudados de las potencias de las piernas, molieron año y medio el cacao, hasta que llegaron nuevos equipos con motor de 7 y ½ caballos de fuerza, pero que también reparan al mezclar cacao y amaranto, como en este día.

Suspenden la labor de desatascar el cacao de los tornillos de la máquina para contar su historia: “Decidimos hacer la cooperativa como alternativa al sistema capitalista que vivimos. Dijimos que así no se puede vivir, no es posible, decimos que tiene que haber una alternativa y la tenemos que construir nosotros, nadie nos va a decir cómo”.

“Trabajamos con el cacao porque es una semilla de nuestros pueblos, igual que el maíz, o de manera similar. El proceso de nixtamalización del maíz tiene 8 mil años, el proceso del cacao tiene al menos 5 mil años. Hay muchos años de relación de nuestros pueblos con la semilla del cacao”.

Cacao sin explotación
Son 15 integrantes de esta cooperativa, “pero en torno a esta base hay otros compañeros, digamos unos 100, que colaboran, que amasan, limpian, suben, bajan o van por la semilla”. Reiteran que no tienen un patrón y las decisiones se toman en asamblea.

“Nosotros de por sí somos de pueblos originarios, aunque también hay compañeros que son de aquí, de la ciudad. Venimos compañeros mixtecos, mazatecos, cuicatecos, tojolabales, tzeltales, zapotecos, náhuatl, triqui, mazahua, chontal y mexicanos”.

De sus pueblos enclavados en Guerrero, Chiapas, Yucatán, Tabasco, Michoacán, Hidalgo, Oaxaca, Puebla y Veracruz, traen el cacao. “Vamos a las comunidades a realizar trabajo de la siembra”. De las regiones calientes cosechan el cacao, de las frías el maíz para el pinole, tascalate y tejate. Pero también hacen trabajo comunitario, baños secos, letrinas, enseñan y aprenden.

En sus pueblos “el que nos chinga es el coyote, el intermediario que se lleva las semillas a un precio miserable”, dicen. A veces paga a 20 pesos el kilo de cacao. Entonces cuando cimarronez compra el cacao lo hace a precio justo, al precio y medidas fijadas por las comunidades. “Lo que tratamos de hacer con este proyecto, desde la siembra hasta la tableta, son relaciones justas, no de dominación y no de explotación”.

Saberes en la producción
Su cacao no se define orgánico porque ese es un término occidental, de la academia, aunque de por sí “nuestros pueblos, los de México y Mesoamérica, siempre han hechos sistemas de siembra y agricultura que respetan la selva”.

Por ejemplo el cacao crece acompañado de árboles madre que le regalan la sombra, árboles grandes como el cedro, el zapote, chontal o el guachipilín, “lo que han hecho nuestros compas es respetarlos, tienen una relación distinta a la que tenemos nosotros con la naturaleza”.

Los nombres de esas formas de producción sin agroquímicos, ni pesticidas, cambian según el pueblo, incluso usan sistemas de producción que no están escritos.

Los otros saberes que comparten son los de la promoción de la salud, de educación o formación, de tecnologías apropiadas (como las bicimáquinas) y de recuperación de lenguas y gráficas indígenas.

El jaguar se devora al capitalismo
“La etiqueta es un jaguar”, como aquellos relieves encontrados en Teotihuacán o en Chichén Itzá, pero este felino no está devorando un corazón, sino un fruto de cacao. Su aparición en la gráfica de cimarronez obedece a una postura política, de recuperación de una gráfica e identidad de los pueblos.

“El jaguar en algunos de nuestros pueblos en Oaxaca es el guardián de la semilla del cacao, pero además es la representación del dueño del monte”, es una entidad que algunos le llaman el votán, otros el pitao.

El jaguar de la etiqueta bien podría estar devorando al capitalismo, oponiéndose a un sistema de despojo del territorio, del trabajo y la vida misma.

“Desde donde venimos es diferente la forma de relacionarnos económicamente, es cotidiano que no haya un consumo tan voraz como en las ciudades”, describen. Y el trabajo colectivo o tequio va más allá de lo cotidiano, es milenario, añaden, “y nosotros lo hacemos de a deveras y no de media hora, pues somos una continuidad histórica de nuestros pueblos”.

Ahora prosiguen con su trabajo, fuerte en sabor y libre de explotación.

La Coperacha

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