Clarita, la cuadernera

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Colaboración de la Red de Economía Comunitaria Alternativa.


Por Mara Ximena Ramírez
Comisión de Cultura Cooperativa
Red de Economía Comunitaria Alternativa

En un mundo muy lejano, bueno, no tanto, había una niña llamada Clarita, su vida no era la de una niña común, pues tenía el deber de cuidar a sus hermanos menores y trabajar vendiendo pelotas en el metro. Clara, con apenas seis años de edad, trabajaba largas jornadas convenciendo a la gente de que sus pelotas eran las mejores, las más coloridas y brillantes con relación a las que ofrecían los demás vendedores del metro. ¡Como hubiera querido Clarita jugar con ellas en lugar de venderlas!

Vivió casi toda su infancia gritando al compás del movimiento subterráneo de esa enorme máquina: “Lleve el bonito detalle de moda, de novedad, para el niño o la niña, diez peso le vale, diez pesos le cuesta”. Su madre y padre le tenían prohibido estudiar porque, como era de suponerse, descuidaría a sus hermanos; aquellos no podían caminar y por ende no podían cuidar a sus hijos.

Clarita siempre se sintió atraída por los lectores que viajaban en el metro con los ojos fijos en ese montón de hojas reunidas que sepa Dios qué decían; la niña había escuchado en alguna ocasión que eran libros y cuadernos. Por las noches, en su humilde hogar, soñaba con esos montones de hojas que parecían contar fantásticas historias que conquistaban a jóvenes y adultos durante su trayecto diario en el metro, de tal modo que muchas veces ni siquiera volteaban a ver sus pelotas a pesar de los gritos que Clarita pegaba. La niña se preguntaba, asombrada, cómo era posible tanta lealtad, amor y atención a esos libros y cuadernos.

Una de las tantas noches que soñó, se encontró en sus sueños con una bonita escuela, con un jardín muy grande y salones llenos de libros, colores de madera que hablaban y unas mujeres muy bellas que enseñaban las vocales a las y los alumnos. Se encontró, además, a sus padres danzando al compás de unos tambores muy parecidos a los que tocan unos hombres barbones que luego se suben al metro. Al despertar sintió una gran emoción, pues pensó que quizá sus sueños presagiaban un destino mucho más alentador del que había pensado.

*Como comentario del o la Cuentacuentos puede decirse: Ahora vamos a ver en éste cuento que la frase “Creemos en la utopía porque la realidad parece increíble” puede ser traducida perfectamente…

Durante los siguientes años, Clarita vendió en el metro discos de reggaeton, de cumbia, de salsa y hasta de rock en español, hasta que un buen día en que la pequeña trabajaba, Don Luis, el conductor del metro que cruza la línea azul de Cuatro Caminos a Taxqueña, le contó a la pequeña que afortunadamente su sueño de estudiar y aprender a leer no era imposible, cerca del metro Revolución existía una escuela pública y sólo faltaba conseguir libros, cuadernos, unas cuantas crayolas y mucha organización para trabajar, cuidar de sus hermanos y estudiar.

Una tarde, mientras se dirigía al metro para comenzar a laborar, se topó con un conjunto de jóvenes con playeras que tenían números, “sepan los que leen si eran los famosos 132 que hacen un montón de marchas”, platicaban acerca del modo de hacer papel reciclado y con los ojos y oídos bien atentos, Clarita logró captar el proceso. Para hacer hojas era suficiente moler papel usado en la licuadora de su madre, ¿que tal le caería a Clarita crear sus propios cuadernos para no gastar y poder estudiar en el colegio? Además, podría cuidar a sus hermanitos en casa mientras hacía sus cuadernos.

Cuando estuvieron listos sus cuadernos, se dirigió, rebosante de felicidad, a la escuela. A los pocos meses, Clarita ya había conseguido leer y escribir, poco después ya era una amante de RIUS, ese monero loco que tanto gusta a la gente. Tenía apenas trece años cuando se le ocurrió una maravillosa idea para darles la misma oportunidad de estudiar a sus hermanos, ¡vendería cuadernos reciclados! Se organizó con algunos barrenderos del metro, con Don Luis; con Don Javier, un ciego vendedor de periódico; con Doña Luz, quien le había enseñado a dibujar alguna vez, con tres vendedores de discos y cinco payasos que habían tomado como medio de sustento hacer reír a la gente que viajaba en metro. Los payasos, junto con los vendedores de discos, se tomaban 2 horas al día para ir a recoger papel usado a las casas, Don Luis y Don Javier lo cortaban en pequeños cachitos y Doña Luz y Clarita molían los pedazos de papel en la licuadora.

Después de dos años de esfuerzo, constancia y dedicación, habían ya juntado el dinero suficiente para poner su propia empresa cooperativa productora de cuadernos, de ésta, salieron beneficiadas muchas más personas de las que pudieran imaginarse. La cadena de los beneficiarios se extendía cada vez más, los ambulantes y niños que pedían dinero se integraron a la cooperativa y la producción se aceleró considerablemente, consiguieron regirse mediante leyes propias que ayudarían a tod@s l@s trabajadores de la cooperativa, y así es como obtuvieron servicio médico y escolar; asistieron a la escuela los fundadores de la cooperativa y también los hijos de éstos.

Tiempo después, Doña Luz se independizó de su esposo, un hombre viejo que quería más a su anforita que a su mujer y no hacía mas que regalarle momentos amargos a su esposa; la mujer inscribió a sus hijos a la escuela con Clarita y sus hermanos. Don Luis se compró un bochito 93 y cumplió su sueño de conocer el mar. Clarita compró una máquina especial para reciclar mucho más en menos tiempo y entonces, los trabajadores de la cooperativa tuvieron más tiempo de recreación.

Tod@s l@s integrantes de la cooperativa ganaban lo mismo, $300 diarios, aunque no siempre había sido así, al principio sólo les había alcanzado para comer. Al pasar el tiempo, se daban cuenta de que las ventajas de trabajar en una cooperativa iban siendo más. Una noche uno de los payasos tuvo fiebre y no dudo en asistir al médico, le detectaron una fuerte infección que si no hubiera sido por la cooperativa que le brindaba seguridad social, no hubiera podido erradicar. Don Luis ya no sufría de juanetes y jaqueca, en vez de trabajar doce horas, ahora trabajaba seis horas y tenía tiempo para jugar con sus hijos, ayudarlos a hacer su tarea y dormir sus seis horas completas.

Suena increíble pero Clarita logró cumplir su más grande sueño, sus padres pudieron volver a caminar gracias a una operación que la cooperativa subsidió, y se hizo realidad el sueño que alguna vez Clarita albergó en aquella noche, sus padres danzaron bellamente. Una serie de acontecimientos benéficos motivó a l@s trabajador@s de la cooperativa a continuar y a otr@s trabajador@s a crear su propia cooperativa, se crearon cooperativas de artesanías, de discos, de dulces y de congeladas de rompope.

Así concluimos ésta historia, con la posibilidad inmediata de terminar con la explotación del hombre y la mujer por otros hombres y mujeres, y con la explotación de la naturaleza por hombres y mujeres que no se dan cuenta de que son parte de la Madre Tierra y si ella se destruye, nos destruimos también.

El eco de la voz de Clarita se quedó impregnado para siempre en las ventanas de cada vagón, y ella viajo en metro muchos años más pero ya no para vender pelotas y discos sino para viajar a la escuela y llevar también a sus hermanos, posteriormente adquirió un carro pero se dio cuenta de que los libros y cuadernos que tanto quería Clarita, podían desaparecer si seguía contaminando con su auto y optó por conseguir una bicicleta, era roja, y mucho más amigable con el medio ambiente y consigo misma. Ella leía en el metro, junto a sus hermanos, mientras los árboles, importantes responsables del cambio en su vida, inhalaban la respiración de la muchacha y exhalaban oxígeno para que ella siguiera con vida, soñando como hasta ahora.

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