De los escombros de 1985 a edificar relaciones sin machismos

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La experiencia de Rita Reséndiz se ha compartido con más de 50 mujeres en la cooperativa de alfareras.


Redacción La Coperacha
Ciudad de México // 19 de septiembre de 2016

Rita Reséndiz, orgullosa de pertenecer a una cooperativa formada por puras mujeres, recuerda el origen de su trabajo cooperativo, hace exactamente 31 años, el 19 de septiembre de 1985.

“Todo empieza porque pertenecí a una primera cooperativa después de los sismos de 1985, ahí se crearon varias cooperativas para crear empleo para las personas que habían perdido su vivienda, o su empleo”, narra la socia de Mujeres Alfareras de Tláhuac.

La memoria arrojada por el sismo de 8.1 grados Richter, señala a un gobierno federal y local rebasados, miles de damnificados, un número indeterminado de personas muertas y una naciente sociedad civil que organizó la búsqueda y rescate de personas entre los escombros.

“Yo vivía en esos momentos en la Colonia Roma, estaba trabajando, tenía poco tiempo de haberme independizado de mi casa”, recuerda Rita. “Estando en un albergue, llegó León Rocha y nos invitó a formar parte de una cooperativa de cerámica”, añade.

Sin tener una idea precisa de los que era una cooperativa pero con la necesidad de un trabajo y un ingreso, Rita y otras personas comenzaron con ese proyecto. “Cuando nos empezó a platicar que la cooperativa se trataba de un grupo donde uno era el dueño y también el trabajador, y las decisiones se tenían que someter a todos, se me hizo algo nuevo y muy interesante, sobre todo trabajar en comunidad”, recupera.

A pesar del impulso de iniciar un proyecto, del gusto que le generó trabajar el barro que “me enamoró desde un principio”, Rita identifica momentos crudos que pesaron en la cooperativa, como la toma de decisiones recaída sólo en hombres. “Empecé a vivir la discriminación por ser mujer, es decir, en la toma de decisiones mis opiniones no eran muy tomadas en cuenta”.

“Quedé con puros compañeros hombres, hace 30 años no sabíamos mucho lo que era equidad de género, tal vez se mencionaba la palabra machismo pero no era algo de lo que estaba muy empapada, no era parte de mi ideología”.

Recuerda que tenía interés en aprender a hacer platos pero siempre que pedía a su compañero encargado de hacerlos éste se negaba “hasta que se rompió la pierna y tuvo que estar en cama dos meses, y desde la cama me tuvo que enseñar porque teníamos que entregar un pedido”.

Como en los hechos se vio que los compañeros no comprendían bien la esencia de la cooperativa y “todos querían mandar, sobre todo cuando había dinero y yo era la última de la fila”, el experimento que nació del sismo se fue dispersando y se convirtió en escombro, literalmente.

“Cuando se dividió la cooperativa ese horno que era muy grande, hagan de cuenta que se partió como un pastel, lo partimos, ese horno precioso se deshizo, se repartieron los tabiques en una especie de locura, pero así fue”, narra Reséndiz.

Prosigue su pedazo de historia: “Con la parte que me tocó, junto con otras compañeras y una sobrina, empezamos a construir un primer horno, que le llamamos David, por aquello de David contra Goliat y por ser un horno muy chico, de un metro cúbico, sin embargo desde la primera horneada nos dio de comer”.

Desde entonces, instaladas en la zona semi rural de Tláhuac, la cooperativa de Mujeres Artesanas de Tláhuac, en una primera etapa, y ahora Mujeres Alfareras, ha capacitado y formado a muchas compañeras.

Adaptaron los horarios de trabajo a las necesidades de las mujeres, hablaron de lo que es la equidad, alejaron sus prácticas de todo machismo, incluso rechazaron la recomendación de un consultor que les decía que no pusieran a su cooperativa el nombre de Mujeres, porque no iban a encontrar mercado.

“Me siento muy contenta de que por este taller hayan pasado en 30 años alrededor de 50 o 60 mujeres que han aprendido, se han llevado la experiencia de lo que es clavar un clavo, porque han aprendido de todo, mi idea es enseñarles que sí se puede”, concluye Rita.

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