Palo Alto: 40 años de una lucha que sigue

En este lugar se ha comprobado que “la necesidad es la madre de todos los oficios”, por lo menos así lo explica una de las socias de la cooperativa de vivienda Palo Alto, sociedad que este 2012 cumple 40 años.

Jéssica Ramírez y Pablo Correa
Ciudad de México /28 de marzo de 2012

Situada al poniente de la Ciudad de México, es pionera dentro de las experiencias cooperativas de vivienda en el centro del país, y se destaca por ser un caso atípico dentro de este tipo sociedades. A diferencia de otros modelos, en Palo Alto los socios son dueños en conjunto de la unidad, por lo que nadie puede vender alguna de las casas. Otra singularidad, es que esta cooperativa proviene de la lucha de varias familias mineras que consiguieron transformar su zona de trabajo en su hogar.

Hoy en día esta cooperativa enfrenta el mayor reto desde su fundación, además del cambio generacional que se presenta en este tipo de esquemas de vivienda, un grupo disidente de 42 personas ha promovido la liquidación de las casas. De llevarse a cabo la liquidación, los socios pasarían a ser dueños de las casas con lo que podrían ejercer su venta. Aunado a esto, Palo Alto ha enfrentado en los últimos veinte años la presión de coexistir en la región más importante en términos financieros y corporativos de México, la zona conocida como Santa Fe.

Muy cerca de esta unidad cooperativa se localiza el que fuera por algún tiempo el edificio más alto de México, llamado popularmente como “El Pantalón”. Así, torres, rascacielos y opulentas construcciones hoy son parte del paisaje de Palo Alto.

“Cuando nos trajeron a trabajar no nos dijeron que esto era para ricos”
Desde los años treinta y hasta entrados los sesenta, los pobladores de Palo Alto vivieron a las orillas de las minas en las que laboraban. Con jornadas largas, sin contar con prestaciones ni servicios médicos para accidentados, y mucho menos con indemnizaciones para los caídos, las familias no tenían más opción que resistir y vivir en casas de cartón y cuevas por las que tenían que pagar renta.

“Fue a mediados de los años sesenta cuando la mayoría de las minas de Santa Fe habían sido consumidas. Luego de treinta años de explotación, los habitantes de Palo Alto pidieron al dueño, Efrén Ledesma, que les vendiera el terreno para establecerse de forma definitiva. Su respuesta fue lacónica: “Pero cómo creen, estos terrenos son para ricos”.

La llegada de un jesuita
Hoy la calle principal, la cual funciona como entrada a la Unidad Palo Alto lleva el nombre de Rodolfo Escamilla, un sacerdote jesuita vinculado a movimientos sociales que inculcó el espíritu por la organización autogestiva. “Nuestra gente naturalmente se agrupaba, siento que a Rodolfo no le costó mucho trabajo porque ya había la necesidad de estar juntos, no había organización, pero si necesidad de protegernos”, dice una de las socias.

Rodolfo Escamilla fue una figura importante dentro del mundo de la Teología de la Liberación, de él provino la idea de conformar la cooperativa en Palo Alto, el objetivo era que las familias obtuvieran un patrimonio que jamás estuviera en riesgo. Por su trayectoria se sabe que fue promotor de procesos de autogestión y educación que son visibles en los estatutos de la cooperativa Palo Alto.

“La lucha nos unió y nos organizó
Hasta antes de que se entablaran las negociaciones y se pactará la compra con el dueño de las tierras, las asambleas se desarrollaban de manera clandestina. Siempre a la sombra de algún árbol y en un lugar diferente cada vez. Muchos de los socios no sabían leer ni escribir, otros tenían un nivel educativo en promedio de segundo de primaria y uno que otro tenía la primaria concluida, por lo que su acta constitutiva se firmó con la estampa de sus huellas digitales. En dicho documento figuraba el objetivo de enseñar a leer y escribir a todos los socios. Con grandes dificultades aprendieron a dirigir las asambleas, redactar actas y otros documentos, así como administrar. Por enseñanza de Escamilla se evitó el “caudillismo”.

En 1973, a casi un año de haberse constituido como cooperativa las reuniones semanales de vecinos eran regulares, entonces se tomó la decisión por mayoría de ocupar el terreno. “Mientras todos dormíamos los hombres sacaban martillos y materiales con los que pudieran armar las casas y decidieron tomar la tierra donde era más amplío y había un vallecito”. “Formaron cabañitas que eran de cartón con chapopote, hicieron las casitas entre todos y como eran demasiado rápido, las montaron y llenaron el valle”. “Llegaron los granaderos y se empezó a escuchar mucho ruido”. Palo Alto estuvo sitiado por tres días marcados por la violencia y el temor.

Manos a la obra
Para 1974 luego de firmarse la venta del terreno a un precio justo, los cooperativistas de Palo Alto comenzaron a construir sus viviendas que en su primera etapa contó con 54 casas.”Cuando se vio la primera casa fue algo impactante, fue un ejemplo, nosotros mismos decíamos: seguimos trabajando, seguimos luchando y vamos a conseguir que todos tengan una vivienda, y así fue”. Años después, debido al hacinamiento se resolvió construir una cuarta etapa en la que lo beneficiarios fueron hijos de los socios.

A lo largo de la unidad Palo Alto se han desarrollado 4 etapas de construcción, la última se hizo para los hijos de socios, y actualmente varios de ellos son los que tienen en sus manos la dirección de la sociedad. “Fue justo al comenzar la quinta etapa que comenzaron los problemas con los disidentes, es por eso que se pueden observar algunas casas cerradas y tapiadas”.

Mujeres de triple jornada
La función social de las mujeres fue decisiva en la consolidación del proyecto de Palo Alto. En el tiempo en el que construyeron las viviendas, las mujeres llegaron a tener un ritmo de triple jornada durante el día. Además del trabajo con el que aportaban dinero a la casa, también tenían que realizar sus labores como integrantes de las brigadas de construcción; por si fuera poco había que cumplir con las tareas del hogar. “Con la pala y el pico “ahí andábamos en las cepas y el triguero, después en el prefabricado de tabique”.
A 40 años de distancia las mujeres de edad de Palo Alto cuentan con orgullo aquellos años de fuerza. Su rostro se ilumina cuando hablan de Palo Alto, y la conversación se torna interminable porque si algo sobra son anécdotas que no cesan.

Con los pies por delante
“A mí no me sacan de la cooperativa más que con los pies por delatante, y así fue”, narran los decanos cooperativistas. Esta frase que cinceló algún socio se ha hecho común entre socios para hacer notar el orgullo de pertenecer a Palo Alto.

Ellos saben que “antes se pelaba a gritos y ahora se pelea con documentos y con leyes”, es por eso que no se dan por vencidos, porque si bien el juicio de liquidación puede tardar muchos años, también se asoma una posibilidad de comprar los inmuebles a los disidentes a un precio razonable, y entonces seguir el camino de la cooperativa.

¿Ahora que sigue?
Ante la pregunta expresa responden, “sigue pues lo mismo que dijo el padre Rodolfo Escamilla: subirse al tren y seguir luchando”.

La Coperacha

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