
Reflexiones desde el Seminario Internacional “Reparar la Democracia” en Medellín, Colombia.
Colaboración especial, Claudia Caballero
En México, seguir de cerca lo que ocurre en Colombia —sus violencias, sus luchas y sus rutas de reconstrucción comunitaria— es más que un ejercicio de solidaridad: es un espejo necesario. La historia reciente de ambos países comparte dinámicas profundas de desigualdad, despojo territorial, acumulación ilegal y crisis democrática de larga duración. Por eso, cuando en Medellín se convoca un espacio para pensar cómo reparar la democracia y reconstruir economías para la vida, desde México conviene escucharlo con atención.
El 21 y 22 de noviembre, el Instituto Popular de Capacitación (IPC) organizó el Segundo Seminario Internacional “Reparar la Democracia. Geopolítica, acumulación ilegal y rutas de transformación económica en América Latina”, un encuentro que reafirma el papel central que esta institución colombiana ha tenido durante décadas en la defensa de los derechos humanos, la construcción de paz, la promoción de la participación ciudadana y la reflexión crítica sobre la democracia.
Este seminario es ya la segunda edición de un esfuerzo sostenido del IPC por abrir un diálogo profundo sobre cómo reconstruir las bases materiales, sociales y éticas de la democracia en un continente atravesado por la violencia y las desigualdades. Y aunque estos temas han sido históricamente parte del ADN del IPC, esta edición destacó por sumar con mayor fuerza un eje que crece en relevancia: la economía solidaria como ruta estratégica para reparar lo común.
El encuentro inició con una intervención de alto calibre: el politólogo argentino Atilio Borón, quien ofreció un panorama macro de la geopolítica mundial. Su exposición situó el momento actual como una fase de reconfiguración acelerada del poder global, marcada por la disputa entre potencias, la intensificación de la financiarización, el auge de corporaciones transnacionales y la creciente injerencia de economías ilegales en los territorios. Borón advirtió que América Latina se encuentra en un lugar estratégico de esta disputa, no sólo por sus recursos, sino por el rol que juega en las cadenas globales de acumulación.
Este marco permitió que las mesas posteriores del seminario se situaran no sólo en la escala local o nacional, sino en la larga sombra que deja el reordenamiento geopolítico sobre la vida cotidiana de nuestras comunidades.
Tres mesas para pensar la región desde el territorio y la esperanza
La estructura del seminario permitió abordar los desafíos latinoamericanos desde múltiples entradas, articulando lo económico, lo territorial, lo político y lo comunitario.
1. Reparar lo común: transiciones agroecológicas y económicas para el buen vivir
En esta mesa se discutió cómo reconstruir el tejido comunitario a través de procesos de transición agroecológica, soberanía alimentaria y economías transformadoras. Uno de los aportes más relevantes provino del filósofo y referente de la economía solidaria Euclides André Mance, quien desde su vasta experiencia en Brasil subrayó que las redes de cooperación solidaria no solo dinamizan economías locales, sino que reparan vínculos rotos por la violencia y la desigualdad. Mance insistió en que la economía solidaria no es un “sector”, sino una estrategia tecno-política para reorganizar la vida desde el cuidado y la comunidad.
También destaco la participación de la cooperativa CONFIAR, que expuso su experiencia de banca cooperativa ética; FOMENTAMOS, que enfatizó la importancia de crear grupos de ahorro donde la confianza y la cooperación es lo fundamental.
Quien escribe este artículo tuvo una participación en esta mesa presentando ejemplos concretos de monedas sociales y sistemas de intercambio comunitario que hoy funcionan como herramientas de inclusión financiera, cohesión social y autonomía económica.
2. Estado, economía y crimen: las nuevas fronteras del poder en América Latina
La segunda mesa abordó directamente la infiltración de economías ilegales en la vida pública, la captura de instituciones y la disputa territorial entre actores estatales, criminales y empresariales. También se señaló cómo los mercados ilegales operan como fuerzas económicas que moldean la democracia, y cómo las comunidades organizadas han construido defensas territoriales y modelos propios de gobernanza.
3. El futuro de la cooperación: desafíos, alianzas y rutas de decolonización
La tercera mesa abrió una conversación profundamente necesaria en un momento en que las organizaciones sociales buscan alternativas a modelos de cooperación vertical y asistencialista.
La diversidad de experiencias fue uno de los elementos más enriquecedores del seminario. Voces de México, Perú, Argentina, Bolivia, Puerto Rico, entre otros, cada país aportó prácticas, lenguajes y resistencias que, puestas en conjunto, dibujan un mapa latinoamericano de creatividad comunitaria frente a la crisis civilizatoria.
Mirar a Colombia para entender México
Para quienes venimos de México, escuchar estas reflexiones en Medellín tiene una resonancia particular. Colombia, con su historia de conflicto armado, economías ilegales y procesos de paz parciales, se parece demasiado a México como para mirar hacia otro lado. Pero también se parece en sus esfuerzos por construir respuestas desde abajo: cooperativas que nacen en territorios violentados, comunidades que se reorganizan pese al riesgo, redes de economía solidaria que sostienen la vida cuando el Estado falla o se desentiende.
Al finalizar el seminario, quedó clara una convicción compartida: la democracia no se repara solo con reformas institucionales, sino reconstruyendo la base material de la vida y el tejido comunitario que hace posible la convivencia. La economía solidaria, lejos de ser una nota al margen, emerge como una de las rutas más potentes para hacerlo. Y por eso, desde México, mirar estas experiencias en Colombia no es un acto de comparación distante: es un ejercicio de aprendizaje mutuo. En ambos países, frente a la violencia y la captura territorial, las comunidades siguen inventando formas de sostener la vida. Si escuchamos esas voces, si las conectamos en redes regionales, si fortalecemos sus alianzas, habrá esperanza no sólo para reparar la democracia, sino para reinventarla.
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