Parte esencial de lo que somos se lo debemos a la técnica; no hay que ser ciegos al desastre ecológico y social que viene impregnado en el progreso.
Tonatiuh Gallardo Núñez
Coordinador del Colegio de Investigación
Cooperativa Tzikbal
tonatiuh@email.com
Si uno observa detenidamente la carrera por el progreso (que, como bien dijo Karl Kraus, lleva el mismo paso que la muerte), esta se asemeja más a una horda de jinetes ciegos que se dejan arrastrar por el tropel desbocado de sus caballos. Desde que se cayó en la cuenta que la técnica por sí misma es tanto un gran negocio como un perfecto armamento, la tecnología pasó de ser una mera herramienta a conformar una nueva estrategia de dominación.
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Ya desde 1987 Leo Marx puntualizaba que no existe relación entre el progreso técnico y el bienestar social; y es que ejemplos no faltan. La pretendida Revolución Verde en la India que, bajo el mando estadounidense, comenzó en los años cuarenta como un reducto de la eugenesia ahora aplicada al mundo vegetal (madre todopoderosa del movimiento transgénico actual); buscó subsanar los problemas alimentarios mundiales sobre explotando las tierras tercermundistas con monocultivos y enormes toneles de plaguicidas. El resultado fue claro: se destrozaron miles de hectáreas de tierras cultivables que tardarían decenas de años en recobrar su fertilidad (eso sin tomar en cuenta la generación de plagas hasta la fecha inexistentes). Fue en parte por esto que en 1962 Rachel Carson publica el gran golpe que la catapultó a la fama; me refiero a su libro: Primavera Silenciosa. En él se encarga de denunciar metódica y científicamente todos los peligros envueltos en la utilización del DDT (el insecticida que por el momento era el non plus ultra) y, por tanto, brinda las bases para su tajante prohibición (que se efectuó hasta 1972).
Fue también en parte por lo anterior que el gobierno alemán en la década de los setenta promulga una ley que puedo traducir como el ‘principio de previsión’ (Vorsorgeprinzip) y que, junto con el ‘principio de cooperación’ y el ‘principio del que contamina paga’; generaba las directrices que toda innovación tecnológica debía de cumplir si es que quería insertarse en el mercado. Es decir, ya en aquella época, los alemanes eran muy conscientes y estaban actuando frente a la cabalgata acéfala del progreso técnico. Sin embargo, no fue sino hasta 1998 que la Unión Europea aprobó una iniciativa de ley similar a la alemana; sólo que ahora se le nombró ‘principio de precaución’ y se olvidó aquello de la cooperación y lo de que el que contamina paga (gravísimas omisiones).
Esto sólo representa un muy breve indicador de todo el peligro potencial que circunda a la innovación técnica si no es limitada y guiada por la inteligencia humana. Parte fundamental de todo el engranaje de la innovación, por tanto, está depositado en el papel que el gobierno debe de desempeñar para frenar el peligro y controlar el riesgo que es inherente al uso de las tecnologías; claro está, ello con base en el saber de los ‘expertos’ en la materia.
Si no se frena la carrera del progreso y se acota encaminándola hacia el fin del bienestar social; las tecnologías podrían representar más un perjuicio que una solución. No por ser productos innovadores mejorarán nuestra calidad de vida; no por ser hijas del conocimiento científico del ser humano, las nuevas tecnologías representan una mejor opción. Pero tampoco uno puede desecharlas así como si nada; la vida y la naturaleza son mucho más complejas que una serie de lineamientos precisados con claridad. Si bien es cierto que vivimos en un mundo tecnificado y que, a su vez, parte esencial de lo que somos se lo debemos a la técnica; no hay que ser ciegos al desastre ecológico y social que viene impregnado en el progreso.
REFERENCIA
Marx, L. (1987) Does Improved Technology Mean Progress En: Technology Review. January, pp.33-41.
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