Sus jitomates sin pesticidas han sido saboreados hasta por la FAO.
Redacción La Coperacha
Ciudad de México // 22 de mayo de 2018
“Tú has de ser coyote, haber, muéstrame tus manos”, le dijo un productor de hortalizas a Iván, agrónomo de la UAM, joven veinticuatroañero y socio cooperativista de Valedores Verdes. “En las manos se mira si eres productor”, le sentenció el incrédulo campesino.
Unas manos morenas, regordetas, curtidas de sol y esfuerzo, son la carta de presentación de Iván y su compañero Manuel. Vestidos en mangas de camisa, pantalones de mezclilla, sueltos, parecieran más un par de hiphoperos que ingenieros. Son los mayores de la cooperativa.
El éxito y las fama les llegó rápido, si se piensa que dos años de trabajo es poco tiempo para ser tomados en cuenta por organismos internacionales como la FAO, instituciones locales como Sederec y por empresas comercializadoras que miran en lo orgánico al nuevo paradigma del mercado. Ellas los han colocado como ejemplo a seguir.
En el límite de la mancha urbana y la zona chinampera de Tláhuac, en Santa Cecilia, está la cooperativa y un par de invernaderos que producen hortalizas orgánicas, ahí el jitomate es el rey. Una pequeña tuza es la socia minoritaria. Tiro por viaje se lleva una zanahoria o un pepino entre los dientes.
Tropezones
Este lugar que en las mañanas se envuelve de la densa neblina chinampera, a los socios les remite sus primeros tropiezos. “Hemos tenido más fracasos y eso nos ha fortalecido como grupo”, sentencia Iván.
Comenzaron con un ingeniero químico de avanzada edad y visión post-apocalíptica, quien afirmaba que la ciudad tarde o temprano regresaría a producir su propia comida. El químico invertía recursos y los recién egresados le aportaron saberes agroecológicos a sus dos mil metros de naves de hortalizas.
Poco tiempo duró la asociación pues el químico enfermó y desistió de continuar y pagar la renta. El propietario de la chinampa, originario de Tláhuac, al mirar el empeño de los jóvenes les propuso que pagaran el alquiler conforme sus ventas lo permitieran.
“Al principio estábamos bien contentos, decíamos que era nuestro proyecto de vida, nuestra empresa, no vamos a tener jefes, nos daremos vacaciones, nos vamos a repartir 50 y 50 por ciento”, decían. Encontraron que crear una empresa implicaba más que buenos deseos.
Llenaron los invernaderos de jitomates, pensaban que al ser alimento básico todo mundo lo consumiría, pero la cosecha les ganó y no había mercado. Toneladas rojas quedaron paradas. “En la familia estaban hartas de jitomate, todo era enjitomatadas, el arroz bien rojo y acá se iba madurando”.
Lo ofrecían como orgánico en el mercado local “pero ni regalado lo querían” porque ya tenían los suyos. “Fuimos a tocar a los restaurantes, prácticamente a rogarles, a bajar nuestros precios para no perder todo. Daba coraje”, lloriquea Iván.
Fue ahí que llegó Eliot a la cooperativa, joven chef, quien propuso hacer puré de jitomate y cátsup. Y de forma artesanal le dieron salida en las pizzerías.
Saber hacer
Los ingenieros dicen que en primera instancia su fortaleza radica en que se conocen desde la preparatoria. Sin embargo, afirman que no es lo mismo organizar una fiesta que una empresa.
Dos pedagogas, Daniela y Paulina, se incorporaron después y son responsables de las ventas y preparar talleres de huertos urbanos para niños sin el lenguaje técnico de los agrónomos.
Lo que verdaderamente les hace fuertes es saber hacer sus propios insumos orgánicos, biofertilizantes y biopesticidas, así bajan los costos y sus hortalizas están listas para ser llevadas al plato al instante.
Les resulta ventajoso radicar en Tláhuac: “Si necesitamos estiércol de vaca, aquí atrás hay vacas. Si necesitamos abono de conejo, o de gallos de pelea, aquí los hay, si se requiere melaza aquí hay forrajería, si necesitamos rastrojo aquí hay productores de maíz, agarramos productores locales y abaratamos costos”.
Divino tesoro
A estos muchachos les sobra vida por delante. Compañeros suyos, uameros, todavía piensan en tener un empleo (aún no encuentran) y lograr la jubilación. Los valedores, en cambio, le miran potencial a la cooperativa “y más en esta época donde el empleo es escaso”.
El ser cooperativistas y recibir capacitaciones sobre administración, producción y economía social, les ayudó a aterrizar sus proyectos y tener una visión amplia de la situación económica del país. “Estábamos fresquecitos cuando decidimos meternos en el cooperativismo”, dicen como si hubiera pasado mucho tiempo.
Reconocen que el Mercado Alternativo de Tlalpan fue su trampolín. A la FAO le gustó que unos jovencitos produjeran orgánico. Pero ser imberbes no siempre fue bueno, cuando se registraron no les aceptaron Vale Verde, “yo creo que estaba muy ofensivo”, piensa Iván y se sacude el calor y el paso del tiempo.
La Coperacha