En el actual estado de cosas, muchas de las viejas formas no son sólo son mejores, también éstas pueden representar innovaciones sociales.
Tonatiuh Gallardo Núñez
Coordinador del Colegio de Investigación
Cooperativa Tzikbal
tonatiuh@email.com
Cuando se habla de innovación, en general, las personas gustan en referirlo al ámbito tecnológico y, para ser sincero, se enfocan solamente en los grandes avances de la técnica; se piensa entonces en nanotecnología o en biotecnología. Pero también se puede hablar de innovación en ámbitos un poco menos tangibles, como bien lo pueden ser las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación (cabe mencionar que además de ellas existen las tecnologías de muerte; ahí también la innovación juega su papel). Como sea, en nuestra primera y segunda colaboración para éste espacio nosotros buscamos desmitificar lo anterior desde nuestra práctica; argumentamos para el caso el por qué es un error ceñir la innovación solamente a las nuevas tecnologías. A pesar de que, creemos, éste es un tema de suma importancia, en el presente escrito echaré cierta luz sobre otro de los mitos que circundan al escurridizo ámbito de la innovación; me refiero ahora al mito de la novedad. El método que seguiré para lograr esclarecerlo es simple; recurriré al mundo de la etimología. Ésta forma de abordar la problemática supone inteligencia a quienes construyeron los conceptos en un primer momento; por tanto, y para el presente escrito, yo aceptaré semejante suposición.
El lenguaje es un espacio abstracto que también sucumbe frente al tiempo o, dicho de manera sencilla: nuestra lengua tiene su historia; y, al igual que nosotros, el lenguaje tiene un origen: tenemos entonces la construcción mítica del indoeuropeo que nos ayuda a esclarecer el nacimiento y el desarrollo de nuestras palabras. Ahora bien, dado que nuestro lenguaje nos antecede y ha vivido algunos siglos más que nuestra cultura, las palabras que utilizamos encierran una sabiduría mucho mayor de la que podamos llegar a imaginar: éste es el espacio donde se desenvuelve la etimología (aprovecho para recomendar un gran libro de Ivonne Bordelois: ‘Etimología de las pasiones’; editado por Libros del Zorzal).
En este sentido, es indudable que ‘innovar’ tiene la misma raíz etimológica que ‘nuevo‘; ambas vienen de la expresión latina ‘novum’ que significa… nuevo. Sin embargo, pensar que ‘innovar’ y ‘nuevo’ sean sinónimos es suponer que nuestro lenguaje no es funcional; ¿para qué tener dos palabras que refieran a lo mismo? Sea como fuere, el prefijo que distingue ‘innovar’ de ‘nuevo’ le otorga un matiz nada trivial; y así, cuando me ciño al significado etimológico de innovación, éste resulta ser la acción de mejorar algo a tal grado de que parezca nuevo. (Si uno quisiera estrechar la relación entre ‘innovación’ y ‘novedad’, estaríamos hablando de ‘invenciones sociales’ no de ‘innovaciones sociales’).
Aunado a lo anterior, no hay que olvidar tampoco que la innovación siempre tendrá consigo un carácter social; no hay innovación sin sociedad -se dice por ahí. Esto no quiere decir sino que algo, para que pueda ser considerado como una innovación, debe de serlo para una sociedad determinada en un momento dado o, también, que una innovación en un lugar tal puede no serlo en otro.
Pensemos en el ejemplo del biodiesel. ¿Por qué siendo un producto novedoso que, a su vez, resulta ser el resultado de una técnica que busca responder a problemas específicos con los que en la actualidad nos enfrentamos; por qué éste combustible no ha sido adoptado por la sociedad? Fácil, porque no ha sido posible inscribirlo dentro del ámbito elitista de la innovación; esto dado que existen factores sociales, políticos, empresariales y un basto etcétera que han bloqueado la coyuntura por la que el biodiesel pueda ser acogido por el mercado. No hay que olvidar que, desde su planteamiento mismo, las innovaciones se mecen en los vendavales financieros.
Otra consecuencia del planteamiento que aquí pongo sobre la mesa (a saber, que innovar no es lo mismo que inventar), implica que algún producto o servicio que en determinado momento del pasado no era considerado una innovación; si es traído y puesto a funcionar en la actualidad, éste puede devenir una innovación.
El ejemplo por excelencia son las llamadas nuevas formas ecológicas de cultivo y de producción de alimentos tanto vegetales como animales que, si uno se fija bien, no son sino un rescate de las formas ancestrales de cultivo y producción alimentaria (de aquella idílica era pre-industrial). Lo que antes era un forma cotidiana de relacionarse con el medio ambiente y vivir dentro de él, respetando sus tiempos y cuidándose siempre de la sobrexplotación -so pena de muerte; a manos de la naturaleza, claro está-; ahora es una de las innovaciones sociales más políticamente correctas y bueno, también, un forma de vida más cara. Pero independientemente de las artimañas del mercado y las modas, no cabe duda de que, en el actual estado de cosas, muchas de las viejas formas no sólo son mejores, también éstas pueden representar innovaciones sociales.
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