Mujeres Alfareras, la parábola de “David contra Goliat”

Un taller por y para Mujeres que propicia el acercamiento con el barro


Pablo Correa
Ciudad de México // 16 de mayo de 2013

“David” es el nombre que lleva uno de los dos hornos en donde la cooperativa Mujeres Alfareras de Tláhuac forja sus platones, jarrones, vasijas y piezas únicas. Es una clara alusión a quien venciera a “Goliat”, gigante que aterrorizó al pueblo de Israel y al que nadie quería enfrentar.

La historia de estas mujeres está llena de “Goliats”, van desde la desleal e ilegal competencia china que inunda el país con copias de artesanías mexicanas, hasta la ignorancia que existe sobre el proceso artesanal que lleva cada una de sus piezas.

“Se nos confunde mucho con cualquier vendedor, a veces nos ven como personas que venden discos piratas porque no se dan cuenta que creas una cosa diferente, que no revendes y nos es piratería; sino algo que tú hiciste con tus manos”, dice Rita Reséndiz, quien fundó el grupo de “Mujeres Alfareras”.

Los orígenes de esta cooperativa nos llevan al terremoto de 1985, en esa inercia que dejó una ciudadanía organizada y que dio respuesta al desastre. Dentro de ese incalculado número de cooperativas que nacieron después del sismo fue que arrancó el taller de cerámica blanca denominado “Cooperativa de Cerámica Roma-Doctores”, en el que participaba Rita.

“Un taller vive de lo que sale de su horno”
En esa primera experiencia cooperativa que tuvo Rita no estuvo exento el orden falocéntrico, un horno tan grande como una recámara dan cuenta de ello. Narra que los hombres tomaban las decisiones, y decidían lo que se hacía con el dinero.

Un taller de alfarería vive de lo que sale de su horno, pero aquel horno gigante “trabajaba cada tres o cuatro meses, por lo que era totalmente inviable y no podíamos sacarle provecho”, agrega.

Derivación de las desiguales, y de las opiniones sobre cómo manejar los recursos económicos, la situación llevó a una fractura y el grupo se dispersó. Después de esta experiencia Rita tuvo la iniciativa de formar una cooperativa, que como ellas dicen, funcionara como “Un taller por y para mujeres”.

Entonces aquel horno enorme se partió en tres, y la porción que correspondió a Rita con las manos de quienes hoy son las Mujeres Alfareras de Tláhuac, dieron a luz a “David”.

Los maridos se llevaban a las mujeres
A principios de los noventa fue cuando se formó el grupo de Mujeres alfareras, pero para eso Rita tuvo que asentarse en una zona que en aquel tiempo podía considerarse rural, Tláhuac. La integración no fue fácil, pues “casi todas las mujeres se dedicaban a sus hijos, su casa y a cuidar a los animales”. Pero el problema principal, remarca Rita, eran los maridos que se las llevaban.

Con este nuevo grupo nuevo de mujeres que hasta 2005 se formalizó como cooperativa, también vino una renovación que se plasmó en el quehacer de su alfarería. Los elementos prehispánicos como apantles (lagartijas), pero principalmente grecas, se convirtieron en la voz principal de su propuesta artesanal y estética.

“Es muy importante para nosotras, esa es la línea que nosotros decidimos tomar porque es parte de nuestra cultura que se ha ido perdiendo”.

El espacio de estas mujeres es un taller en muchos sentidos. “Cuando llegan compañeras a pedir trabajo y empiezan a despertar, los maridos son los primeros que las sacan”, dice Rosalba.

Incluso recuerda, que a una de sus compañeras, el esposo llegó al grado de ofrecer más gasto con tal de que ella saliera del taller.

El caso de Rosalba tampoco fue fácil, a los 18 años y proveniente de un entorno de violencia familiar, cuando llegó al taller y escuchó de todo lo que ahí se hablaba se dio cuenta de que “estaba muy cerrada”.

“No tenía nada de información, Rita y las compañera me empiezan a informar y sin querer voy aprendiendo muchas cosas. Al año tuve discusiones muy fuertes con mi papá porque ya no quería que estuviera trabajando en el taller”.

“Me decía: ya no vayas, ya no vayas, ya no vayas, ganas muy poco, ya no vayas”, repite Rosalba, como si imitara a una máquina.

“Propiciar el acercamiento con el barro”
El trabajo de estas mujeres a menudo rebasa la línea artesanal, además de su perfil productivo que incluye piezas utilitarias como tazas, alhajeros, floreros, tequileros y vajillas; también el aspecto artístico y ornamental de piezas únicas les ha rendido frutos, pues han participado en museos, exposiciones y concursos en los que se ha distinguido su trabajo.

Las “Mujeres Alfareras” como las llaman en Tláhuac, también imparten talleres de barro a grupos vulnerables. Mujeres que viven en refugios con domicilios protegidos, niños en situación de calle o que han sufrido abuso sexual.

En su taller también reciben a grupos escolares e incluso grupos de la tercera edad, sin otra razón que “propiciar un acercamiento con el barro”.

Amasan, moldean y hornean contra el machismo y otros gigantes
Estas mujeres de forma cotidiana amasan, moldean, tornean, pulen y pacientemente secan el barro. También distribuyen mochila al hombro por la ciudad en pequeñas tiendas y algunas universidades, o en donde haya espacio.

Demuestran que de afuera se alimenta su taller, prueba de ello son los “Rostros del olvido”, exposición dedicada a las mujeres asesinadas de Ciudad Juárez y que se ha presentado en diferentes museos, universidades y el zócalo de la Ciudad de México.

Así, ante una realidad que incluye el feminicidio, el machismo, un mercado inundado por el comercio chino o el olvido de las raíces prehispánicas; estas mujeres responden con el trabajo nacido de un horno, a la expectativa de que algún Goliat se derrumbe en Tierra.

Cooperativa Mujeres Alfareras de Tláhuac es integrante de la red de cooperativa “G-50”

Noticias anteriores sobre este tema

Galería fotográfica “En el taller de las Mujeres Alfareras de Tláhuac”
24 de abril de 2013

“Programas La Coperacha con las Mujeres Alfareras de Tláhuac”
23 de abril de 2013

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