… en los inicios de la vida, la evolución no fue competitiva sino cooperativa.
Colaboración de la cooperativa Tzikbal
Tonatiuh Gallardo Núñez
Coordinador del Colegio de Investigación
Cooperativa Tzikbal
tonatiuh@email.com
René Descartes comienza sus Meditaciones Metafísicas con una intuición nada trivial: ¿y si todo lo que supongo saber es falso? Esto se lo pregunta a la luz de que solamente una muy pequeña parte de los conocimientos que él tiene puede decirse que estén fundamentados en la experiencia. No hay duda alguna que en la actualidad esa incertidumbre ha ido en aumento. Una de las características de la sociedad en la que vivimos es que aquello que suponemos saber es porque alguien más lo dice (lo que se llama ‘conocimiento de segunda mano’); por ejemplo, que la Tierra es medianamente esférica, que dentro de nuestro cráneo hay algo así como un cerebro o que el mundo subatómico se comporta de manera extraña. Yo jamás he viajado a la luna para constatar con mis propios ojos la redondez terrestre, tampoco he estado presente en disecciones humanas, aun peor, nunca he tenido acceso a microscopios electrónicos; sin embargo, no dudo mucho de lo anterior. Sin embargo, un poco por lo anterior, en la actualidad resulta tan cómodo creerle a los expertos que es sumamente sencillo cometer errores no menores en nuestras afirmaciones. Ahora, por ejemplo, les hablaré de lo que en el presente estado de cosas salta a la vista como un grave malentendido.
Cuando se habla de evolución siempre se asocia con Charles Darwin y con esa imagen caricaturesca del bicho más fuerte sobreviviendo mientras el más débil se queda atrás y perece. Ésta imagen, huelga decir, es sumamente equivocada. De principio Darwin jamás utilizó la palabra ‘evolución’ sino hasta las últimas ediciones de su libro El origen de las especies; pero bueno, esto no le importó ni tantito a los teóricos neoliberales de la economía para creer que el agente económico no sólo era racional, sino que el ambiente en el que se desenvolvía presuponía un contexto de evolución darwiniano, esto es: el más inteligente era aquél que ganaba más dinero (y cuando a esto le sumamos el presupuesto de que el mercado tiende ‘naturalmente’ al equilibrio, bueno, las crisis actuales son el resultado lógicamente esperado).
Ahora bien, los desarrollos actuales en biología muestran una imagen muy diferente de la evolución. Carl Woese, uno de los grandes expertos en taxonomía microbiana, en su texto “Una Nueva Biología para un Nuevo Siglo” afirma que la evolución darwiniana es solamente un interludio presente entre dos formas de evolución muy diferentes; lo que él muestra es que, en los inicios de la vida, la evolución no fue competitiva sino cooperativa.
Nuestro autor propone la existencia de una era pre-darwiniana donde la vida estaba conformada por comunidades de células de diversa índole, donde, a su vez, las distinciones entre organismos eran mucho más borrosas que en la actualidad; pero, especialmente, donde existió, y hay razones suficientes para creerlo, lo que los biólogos llaman ‘transferencia genética horizontal’. Me detendré aquí un poco.
Uno de los grandes dogmas es que la herencia es vertical, es decir, que el código genético se transmite de manera genealógica de padres a hijos. Esto va muy acorde con la idea de evolución darwiniana; solamente la descendencia del más fuerte será la que lleve consigo la información genética más adecuada para la sobrevivencia en un contexto determinado. Sin embargo, el descubrimiento de ésta ‘transferencia genética horizontal’ cambia por completo la idea que se tiene sobre evolución. Para ponerlo en palabras sencillas, ésta forma de transmisión horizontal se podría ejemplificar como, en un determinado momento, un individuo dentro una sociedad se vuelve económicamente poderoso con respecto al resto pero, en vez de heredar su fortuna a sus hijos, decide mejor heredar en vida a todas las personas que lo rodean sin hacer distinción alguna entre su estirpe y los demás. Ésta es la forma de evolución por cooperación que se llevaba a cabo en los orígenes de la vida. Woese lo escribe de forma un tanto cómica (la traducción es libre):
“Pero de repente, un día, una célula que conformaba una bacteria primitiva se volvió más eficiente que sus vecinos. Esa célula, anticipando a Bill Gates por tres mil millones de años, se separó de su comunidad y decidió no compartir; entonces, su descendencia se convirtió en la primera especie de bacterias y, sobre todo, en la primera especie que reservó su información genética para uso privado. Debido a su eficacia, ésta bacteria continuo siendo próspera y evolucionando de forma separada mientras el resto de la vida continuó en comunidad. Algunos millones de años después, una célula se separó también y se convirtió en el ancestro de la Arquea. Un tiempo después, una tercera célula se separó y se convirtió en el ancestro de la Eucariota. Y, sólo entonces, cuando nada quedó para la comunidad, fue que la vida se dividió en especies. El interludio darwiniano dio comienzo.”
El punto crucial está en dar cuenta que, esa primera forma de evolución por cooperación, resultó ser mucho más eficiente que la darwiniana, “la maquinaria bioquímica básica de la vida evolucionó de manera muy rápida durante los cientos de millones de años previos a la era de evolución darwiniana, y ha cambiado muy poco en el interludio de evolución competitiva”; afirma Woese.
Ahora bien, ¿cuál es el acto siguiente al interludio darwiniano? El autor comenta que la actual revolución cultural es una forma de evolución cooperativa no darwiniana; pero eso lo trataré con más detalle en la siguiente entrega.
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