La selva maya se acaba

Comunidades resisten a los efectos de la agroindustria.


Redacción La Coperacha
Hopelchén – Ciudad de México // 01 de agosto de 2017

La devastación de miles de hectáreas de selvas, la siembra indiscriminada de semillas híbridas acompañadas de agrotóxicos dispersados en avionetas, la destrucción y contaminación de pozos y flujos hídricos y hasta la siembra de soya transgénica a pesar de la prohibición por la Suprema Corte, delinean la encrucijada que viven los pueblos mayas de la zona peninsular.

El municipio de Hopelchén, en el estado de Campeche, se ha convertido en la zona de operación de grandes consorcios de generación de semillas mejoradas. Por si fuera poco los ha azotado un sequía de varios meses que se achacan a la reducción de la selva y los cambios climáticos.

Esta zona maya, que vive principalmente de la exportación de miel, ha reducido su producción en alrededor del 70%. Las abejas y otros insectos polinizadores, que son el sustento de las comunidades son quienes padecen las incursiones de la agricultura mecanizada, híbrida y transgénica.

Las marcas transgénicas
Por los caminos mayas no se ven anuncios de Gobierno Federal, ni de Turismo, ni de Coca Cola si quiera. Al pie de las carreteras o en las brechas que se abren paso rumbo a la selva, lo que se miran son anuncios de Monsanto, Syngenta y DEKALB 300.

Los primeros, empresas trasnacionales y principales productores de semillas transgénicas globales; el último, filial de Monsanto, productor de semillas híbridas de laboratorio que promete cosechas de hasta 10 toneladas por hectárea.

En la región la agricultura mecanizada se extiende por interminables campos y ha puesto en coma a especies que habitan la selva maya. Pecaríes de collar, jaguares, mapaches, zorros, tejones, aves como trepatroncos bigotudo y pavos ocelados, se concentran en áreas de selva compacta, rodeados de los mecanizados.

Desde 2001, cuando creció el auge de esta forma de agricultura, se han perdido casi un millón de hectáreas de selva en Campeche y Quintana Roo. Datos de Global Forest Watch señalan que cada semana se pierden mil 400 hectáreas de selva en ambos estados. Es la zona del país más destruida en los últimos 10 años.

El desmonte de la selva
Altos, rubios, camisas a cuadros, overol, sombrero y acento alemán, los menonitas viven para hacer producir la tierra. Una oleada fuerte de menonitas llegó a la península hace unos 10 años provenientes de regiones de Durango y Chihuahua. Cuando la tierra no produce dicen que está ociosa. Con la agricultura menona en la selva crece principalmente soya.

Para el desmonte no usan sierras porque su corte es tardado. Abren brechas paralelas para que pasen los tractores. Luego amarran con gruesas cadenas dos bulldozers caterpillar. Éstos avanzan y las cadenas arrasan con los árboles. Las principales devastaciones se dan lejos de los ojos de la gente, en lo más profundo de la selva, sólo los vehículos altos pueden llegar, describe un integrante del Colectivo Apícola Los Chenes.

La agricultura menonita requiere de doscientos a trescientos de hectáreas y produce de 9 a 10 toneladas por hectárea. En cambio una milpa maya donde se siembra maíz, frijol y calabaza, mide una o dos hectáreas y produce de dos a tres toneladas.

Avionetas rasantes
En una carretera estrecha de dos carriles, que corre de Hopelchén a Sacabchén, de pronto surge una avioneta fumigadora. Es el rancho de Santa Fe. Habitado desde hace poco por menonitas. En una casa todavía en construcción, con una camper aparcada, unos niños rubios juegan entre costales de semilla y una mujer observa la escena.

Las avionetas fumigan amplios campos con plaguicidas como el Velfosato, Faena, Dragón, Rival, Potro y en especial Glifosato, declarado por la Organización Mundial de la Salud como probable cancerígeno.

En ocasiones las espreas de la avioneta quedan abiertas, entonces la selva también es fumigada. Don Hermilo Alonso Mas ´Ek, afirma que en su comunidad El Poste, las personas han salido positivo de Glifosato en estudios realizados en la orina.

De acuerdo a los pobladores no existen permisos para el vuelo de avionetas en la zona, tampoco existe una regulación ni información precisa de las cantidades de plaguicidas que se usan en la península.

Soya transgénica
La Suprema Corte falló en 2015 en favor de las comunidades mayas y ordenó frenar todo tipo de venta y siembra de soya transgénica hasta que el pueblo maya sea consultado. Hace unas semanas, durante una reunión oficial, en la etapa de acuerdos previos de la consulta indígena, productores menonas reconocieron que sembraban transgénico ante los oídos pasivos de la autoridad encargada de evitarlo.

A simple vista se puede saber que un cultivo es transgénico porque sobre él se rocía el glifosato que mata a todo menos a la soya, no queda ni un bicho y ni una hierba viva en los surcos soyeros. La soya huasteca en cambio se trabaja a mano y se pueden ver las hierbas que crecen por ahí.

Agua contaminada
Don Hermilo asegura que el agua del subsuelo ya está contaminada por agrotóxicos. La agricultura mecanizada ha construido cientos de pozos de absorción de más de 100 metros de profundidad por donde se vierte los lixiviados con químicos producto de las fumigaciones.

Los mecanizados también han modificado los flujos hídricos. La milpa de don Hermilo se vio inundada y se perdió con las lluvias de hace unas semanas. “Llegó muy fuerte el agua, vino de la comunidad de Xabi, Villalón y Montebello, que se vino a pique por el flujo”, narra el agricultor.

Comunidades vivas
Cuando el Gobierno Federal autorizó a Monsanto la liberación de soya transgénica en la península yucateca las comunidades se empezaron a organizar. Cuatro de ellas formaron el Colectivo Apícola Los Chenes, ahora suman 34 que se organizan y toman sus decisiones juntas.

Luego de dos años de litigios el colectivo apícola logró que la SCJN frenara la siembra de soya transgénica y se les consultara a las comunidades.

La consulta ha generado conflictos en algunas comunidades, los mayas incluso han sido acusados de racistas y flojos. “Que se entienda bien que no somos racistas, nosotros estamos en contra de la manera en que trabajan la tierra los menonitas y las empresas grandes”, describe don José Luis de la comunidad de Suc-Tuc.

En opinión de los pobladores para las autoridades la consulta iba a pasar rapidito y en favor de las empresas, pero ha significado la oportunidad de decir al gobierno lo que piensan sobre la forma de producción mecanizada.

“Nosotros para sembrar en dos hectáreas teníamos que suplicar al gobierno la autorización a través de Sagarpa y Conafor. Y vienen estos señores y hacen miles y miles de desmonte y nadie les dice nada”, prosigue el vecino de Suc-Tuc.

“La apicultura tienen una relación muy fuerte con nosotros y nuestra forma de vida, porque la abeja poliniza muchos de nuestros alimentos, una parte de la conservación de especies y árboles ancestrales, es gracias a que hay abejas”, describe Leydy Pech, vecina de la comunidad de Ich-Ek.

“Si esto desaparece nosotros también vamos a desaparecer… y qué les vamos a dejar a nuestros hijos”, remata la indígena maya.

La Coperacha

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