La tienda de Esthercita, refugio de los obreros de Pascual

Álvaro Hernández García, yace en el piso asesinado el 31 de mayo de 1982. Foto archivo de la Cooperativa Pascual.
“Cuando llega el olvido es que ya se acabó la vida …” Los Recuerdos del Porvenir, Elena Garro.

¡Mátenlos a todooos! El grito sorprendió a Doña Esthercita estando en su tienda a las 11:30 del día. Vio pasar a decenas de personas con armas de fuego y varillas dirigirse a la puerta de la fábrica de Refrescos Pascual que cumplía 13 días en paro laboral. Escuchó la embestida que hirió a 17 obreros y asesinó a dos más: Álvaro Hernández García y José Concepción Jacobo.

El patrón de la fábrica Rafael Jiménez guiaba el ataque y megáfono en mano gritaba las órdenes criminales. Instruyó a la camioneta, que encabezó la agresión, que se fuera contra los paristas e impactara sobre la puerta principal de la fábrica custodiada por los trabajadores.

La acción había sido todo un éxito para Jiménez: rompió el cerco obrero que bloqueaba su fábrica; dio una lección a los alborotadores; y pensó que el movimiento estaba derrotado.

Esthercita estaba bien enterada del paro laboral. Su tienda, ubicada a 70 metros de la puerta de la refresquera, era un sitio de apoyo al movimiento. Preocupada, tenía que esperar la respuesta que darían los obreros a la sangrienta jornada del 31 de mayo de 1982. Pero algo era seguro, ella seguiría al lado de los Patos Pascuales.

En la casa de fachada amarilla habitó Esthercita. El lugar que ocupa la ventana fue la puerta de la tienda y al fondo estaba la fábrica de Refrescos Pascual.

El estanque de los patos
María Esther Báez Suarez nació el 27 de marzo de 1917 en la capital del estado de Tlaxcala. Se casó en 1940 con Valentín Díaz Sandoval, originario de Atlautla, Estado de México quién al llegar a la Ciudad de México se ocupó de taxista. Tuvieron una hija llamada María Irma Oralia.

El matrimonio terminó instalándose en una modesta casa ubicada en la calle de Zoquipa número 17, en la actual Alcaldía Cuauhtémoc, colonia Esperanza. En este lugar Esthercita abrió su tienda y el traspatio para los Patos Pascuales que lo adoptaron como estanque.

“Era muy conocida entre todos los Pascualeros. Salían de trabajar y llegaban a las cuatro de la tarde. Yo como a las cinco, después de entregar la liquidación y de bañarme. En el patio tenía la hielera y las sillas. Fui por primera vez con Doña Esthercita por ahí de 1981”. Recuerda Gerardo Luengas, vendedor de los refrescos de la empresa.

Del estanque evoca Juan Espinal “cabíamos entre 12 y 15 patos y nos refrescábamos con caguamas Victoria o Corona. Era pagando y dando, solo a los de mucha confianza les anotaba la deuda”.

De mayo del 82 a mayo del 85 el estanque fue el cuartel
Mantener el movimiento que se extendió tres años y que enfrentó a la alianza del patrón con los charros sindicales y el gobierno, se logró por la amplia solidaridad social que congregaron los Patos. Y en la primera fila estaba Doña Esthercita.

Así recapitula Gumersindo Hernández, entonces operador de montacargas, esa lucha prolongada.

“Jiménez pensó que agrediendo nos íbamos a dispersar y pues no, eso nos unió más y fue cuando el pueblo se solidarizó más con nosotros. A partir de ahí empezaron los procesos: desconocer al sindicato blanco de la CTM; pelear por el contrato colectivo de trabajo; y después declarar la huelga”.

La casa de Esthercita, ya en calidad de Mamá de los Patos, se convirtió en cuartel de los Pascuales que iban y venían del campamento de la fábrica donde hacían la guardia. “Vamos a pasar al baño jefecita”. Fue la materialización de la consciencia de clase adquirida intuitivamente.

Se podía encontrar en el patio a Rafael Gil dándole vuelo al dibujo, a las consignas en los carteles y pintando mantas que se llevarían a las marchas. Las más grandes las hacía en el patio de Doña Mari, otra vecina solidaria.

Foto: archivo de la Cooperativa Pascual.

El teléfono de la casa se convirtió en el medio de comunicación de los huelguistas con sus compañeros de la planta norte y con las organizaciones solidarias.

El agua es vida y más para los patos. Esthercita se encargó de mantenerlos hidratados.

Felicidades muchachos le ganaron al patrón
La lucha contó con Dionisio Noriega y Raúl Pedraza, un equipo de asesores comandado por el experimentado Demetrio Vallejo. Además, al calor de la lucha las esposas, madres e hijas de los trabajadores formaron el combativo Comité de Mujeres de Pascual.

El 27 de mayo de 1985 los Patos salieron de nuevo al mercado, ya como cooperativa, a vender sus productos. Ya habían comprado con sus liquidaciones las plantas, las marcas y patentes que le fueron embargadas al patrón por negarse a pagar los salarios caídos y el 50% de aumento salarial.

Doña Esther celebró el triunfo de los Pascuales: “Felicidades muchachos le ganaron al patrón”. Su tienda y el estanque se hicieron más populares entre los Patos pero su edad y su estado de salud la obligaron a cerrarla poco tiempo después.

Los Patos su única familia
Don Valentín Díaz, esposo de Esthercita, falleció en septiembre de 1980, después del deceso de su hija. Ella no contaba con lazos familiares cercanos pero su nueva familia de más de mil patos no la dejaría sola.

La atención médica en la fábrica de Clavijero estaba a cargo de la enfermera y cooperativista Maricela Hernández Robles desde 1991. Ella se ocupó de cuidar la salud de Esthercita y ahí empezó una amistad entrañable.

“Cuando ya no pudo salir yo iba diario a su casa a checarle su presión”, recuerda Maricela.

Esthercita le propuso a la cooperativa hacerse cargo de todos los gastos que fuera necesitando hasta que falleciera. A cambio el estanque les sería heredado a los Patos.

La compra de medicamentos, hospitalización y pagar a una enfermera para que estuviera todo el tiempo con Esthercita en su casa fueron parte de los cuidados que procuró la cooperativa.

A la edad de 92 años, el martes 30 de junio de 2009 falleció Esthercita. Su sobrina vivía en Tlaxcala y estaba al tanto del acuerdo de heredar a los Patos la casa, vino por ella para enterrarla en el atrio del Templo de La Candelaria en Tlaxcala, al lado de su esposo y de su hija. La cooperativa cubrió los gastos y Maricela Hernández acompañó este momento.

Tumba de Doña Esthercita ubicada en el Templo de La Candelaria en Tlaxcala. Foto de Guadalupe Ortega y Paloma Robles.

“Ella tenía los pensamientos de un trabajador, porque estaba unida a nosotros, nunca nos dejó, nunca nos negó nada”: Gerardo Luengas.

“Nunca fuimos mal agradecidos con ella, la ayudamos hasta el final. Estamos en paz”: Gumersindo Hernández.

“Quiero que todos la recordemos como esa persona tan buena gente y solidaria que fue. Decirles a mis compañeros de la cooperativa que siempre tendremos que vivir de la historia y tenemos que mantener la historia viva por siempre”: Maricela Hernández.

Agradecemos a Abad García, Gerardo Luengas, Gumersindo Hernández, Juan Espinal, Lalo Vélez y a Maricela Hernández: cooperativistas por siempre. A la Comisión de Educación y a la Fundación de la cooperativa Pascual. Gracias a nuestras cómplices de Tlaxcala por las fotos y el video: Guadalupe Ortega y Paloma Robles.

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