Can Batlló: de inmensa fábrica abandonada a territorio de sueños realizables

Un Barrio Cooperativo en la Utopía urbana de economía, vida y cultura solidarias en Barcelona


Redacción La Coperacha

Ciudad de México // 30 de marzo de 2015

Once de junio de 2011, barrio de la Bordeta, distrito invisible para la Barcelona cosmopolita y turística a pesar de estar aledaño a la Gran Vía. Los vecinos, hartos de promesas incumplidas del ayuntamiento, asumen la acción directa y toman el Bloc Onze de Can Batlló, vieja fábrica abandonada que ocupa 9 hectáreas (digamos, la superficie de nuestra Alameda Central), aproximadamente la cuarta parte del barrio.

Ciudad, espacio, personajes
Desde 1975 en distintos planes urbanos se habían prometido parques, escuelas, equipamiento y viviendas en esa extensión, pero entre crisis sucesivas y cálculos de los propietarios por la indemnización a recibir, el anhelado aprovechamiento del espacio se aplazaba y las murallas de la otrora textilera permanecían infranqueables. Vamos más atrás.

Can Batlló ilustra la evolución económica y urbana de Barcelona. Fundada en 1880 y ligada a propietarios prominentes, los Batlló y los Muñoz Ramonet, de monopolio en la industria textil la propiedad pasa al alquiler de las naves y finalmente a un conglomerado en la inmobiliaria Gaudir. Con la crisis industrial el mercado inmobiliario apareció como fuente de inversión alternativa que abrió las puertas a la especulación.

Esa es la parte de la propiedad y el capital. Respecto al trabajo, desde el último cuarto del siglo XIX la apertura y expansión de la textilera generó un barrio obrero con una profunda tradición de organización y lucha. En los tiempos de la Guerra Civil y ante la huida de los Batlló la fábrica se colectivizó, nada extraño en el contexto de una historia local de autodefensa contra la explotación y las precarias condiciones de existencia del sistema industrial de la época. Los trabajadores desarrollaron un fuerte tejido de ateneos y parroquias, cooperativas, sindicatos y sociedades obreras que configuran un espacio de resistencia proletaria y socialidad alternativa.

En 1949 se construyó la parroquia de Sant Medir, que de inmediato se convirtió en el centro de las actividades clandestinas, con influencia hasta barrios aledaños como Sants y Hostafrancs. Ahí se gestaron en 1964 las Comisiones Obreras de Barcelona y en 1976 se realizó la Asamblea de refundación de la Confederación Nacional de Trabajadores (CNT) Catalana. Sant Medir también jugó un papel central para la creación en 1971 del Centre Social de Sants, que con comisiones de barrio desde el modelo de las comisiones obreras, movilizaba a los vecinos para la defensa de sus intereses.

Por su parte, aunque la vieja fábrica cerró a principios de los años sesenta, las instalaciones se alquilaron un tiempo para alojar hasta 200 empresas y talleres, empleando más de dos mil trabajadores. A principios de los setenta, todo ese espacio quedó cerrado y fue objeto de las demandas por habilitar espacios para la comunidad.

De la marginada tradición obrero-popular al derecho a la ciudad
Historiadores y analistas coinciden en que en Barcelona se ha privilegiado la arquitectura de palacios y edificios del modernismo, y se ha borrado la memoria industrial de los barrios, las fábricas y las construcciones donde florecía la cooperación y la ayuda mutua entre trabajadores. Eso que sustentó tanto el desarrollo industrial como el enriquecimiento de las familias acaudaladas de la ciudad. Precisamente la emergencia de la lucha vecinal en Can Batlló reivindica esa tradición invisible.

A partir de la intervención de la comunidad en junio de 2011 vienen floreciendo numerosas iniciativas. Vivero comunal, talleres que van de la carpintería, el funambulismo o la cerveza artesanal a la movilidad, con reparación de cualquier vehículo, o a la imprenta de anacrónicas máquinas (ahora les decimos “análogas”). Rocódromo (para escalar paredes), biblioteca popular con alrededor de 15 mil ejemplares, todos donaciones y de ediciones recientes, bar, auditorio, salas de ensayos y usos múltiples. Organización por grupos de trabajo y asambleas, proyectos en marcha como la cooperativa de viviendas que funcionará para 2016, o el de escuela autogestionada, que ya tiene espacio asignado para su construcción.

Todos los servicios están a disposición de la comunidad y para recibirlos se debe colaborar en los grupos de trabajo o comisiones y participar en la Asamblea, lo que sustenta una autogestión democrática y desmercantilizada, orientada al bien público comunitario: todos los beneficios se dirigen al mejoramiento del espacio y a la sustentabilidad del barrio cooperativo. Le gestión de la economía política local asume que los intercambios también son culturales y políticos.

Afirma el activista Jordi Soler: “Si las cosas no hubieran ido así, y el proyecto se hubiera desarrollado como estaba previsto (según los planes urbanos), tendríamos más equipamientos y viviendas y parques, pero no habríamos aprendido ni la mitad, y esto no tendría esta vida. Seguro. Sería otra cosa, menos nuestra”. Esto implica una compleja imbricación entre la iniciativa vecinal, la actuación del ayuntamiento, más bien a remolque de aquella, y el intenso papel de profesionales y técnicos vinculados con la comunidad.

Si bien el ayuntamiento y la Generalitat (gobierno autonómico) han destinado recursos importantes para Can Batlló, la gestión mantiene un profundo control y vigilancia desde la comunidad, pero un papel relevante lo juega LaCol, colectivo de arquitectos y urbanistas comprometidos con ella. Para este grupo la autogestión implica un papel en el que más que expertos son colaboradores, y sus calificaciones para el diseño no se ofrecen para construir las de la comunidad, pues éstas ya existen, sino para que su conocimiento técnico ayude a impulsar y transformar la agenda comunitaria.

Un ejemplo es el proyecto Coopolis, centro de promoción de la economía cooperativa en una de las naves de Can Batlló, con extensión de 6 mil m2, que será gestionado conjuntamente por el ayuntamiento, organizaciones de la economía social y solidaria, y la participación comunitaria.

Así, las batallas por el futuro en Can Batlló siguen en marcha, pero sus raíces se remontan a esa tradición de lucha y a ese compromiso de profesionales y organizaciones con su comunidad, con esa construcción de la ciudad desde abajo y para todos.

Fotos: Elisenda Pons, El Periódico y fotograma del documental.

Aquí puedes ver el video “Como un Gigante Invisible”, sobre esta lucha.

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