Cuatro días de mujeres en territorio zapatista

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Foto: Silvie

Las participantes se sintieron seguras, escuchadas y apoyadas.

Aranza Reynoso  
Ciudad de México // 13 de enero de 2020

Un lugar que congregó diferentes corrientes del feminismo, que vinculó a mujeres de al menos 49 países del mundo, hizo posible un espacio seguro y de apoyo para todas, además del ejercicio de organizar las mesas de trabajo con el factor sorpresa que aderezó la convocatoria en las montañas del sureste de México.

En el encuentro fue necesario nombrar las violencias que pesan más que las mochilas y las horas de viaje que les tomó a cada una para llegar hasta el caracol. Necesitaban ser escuchadas y no juzgadas, apoyadas y no señaladas, saber que su dolor era entendido por las demás y que en ese espacio no estaban solas. 

La última ocasión que se vio a hombres fue en el sitio del registro previo a llegar al espacio del encuentro. Las anfitrionas zapatistas recibieron a las participantes desde el 26 de diciembre en el caracol Morelia, en Chiapas, lugar que las impregnó del olor a leña, las arropó de montañas y las encontró con otras mujeres. 

El registro, la seguridad, los desplazamientos del caracol al espacio del encuentro, así como la venta de algunas artesanías, comida, bebidas y las muy exitosas paletas de hielo hechas con frutas naturales, corrieron a cargo de las mujeres zapatistas.  

El encuentro de las diferencias

El terreno que brindaron las zapatistas fue zona libre para que las mujeres organizaran los espacios y se pusieran de acuerdo entre ellas, con el sabor que dan las diferentes posturas del feminismo y el toque de la improvisación.

La inauguración fue encabezada por la comandanta Amada quien informó que en 2019 no hubo ninguna mujer asesinada ni desaparecida en territorio zapatista; sin embargo, aún tienen casos de violencia contra las mujeres, “estamos viendo castigar a los responsables”, afirmó.

Este día se dedicó exclusivamente a denunciar las violencias, agresiones y abusos que han pasado las asistentes. Desde el templete, a micrófono abierto, las mujeres se acercaban para compartir, descargar y aliviar un poco el dolor que las aqueja.

Las denuncias se prolongaron los tres días. La violencia contra las mujeres está tan desbordada que requirió ocupar todo el encuentro, pues fue importante que las participantes se escucharan, se abrazaran, mostraron su solidaridad y apoyo diciéndose “yo sí te creo”, “no estás sola”, “no fue tu culpa”.

El ambiente de seguridad se hizo evidente en la expresión corporal de las mujeres  pues se les veía mucho más relajada, sin cohibirse, sintiendo confianza en las otras y sobre todo se veían cuerpos fuertes que apuestan por la vida.

Se hizo costumbre que, en las noches, para no sentir tanto el frío de la montaña, se reunían las mujeres en el templete para cantar, bailar, convivir con las otras y festejar que estaban juntas. 

La noche de la inauguración, se observaba en la entrada, el arribo de más mujeres  en sus autobuses y otras más que cargaban mochilas y seguían a las zapatistas para que les indicaran donde se podían instalar.

Foto: Apolline

El segundo día se trabajó en mesas que, en contraste con el encuentro pasado que contó con programa, la organización estuvo en las participantes y no a cargo de las zapatistas. Claro que costó agarrar el hilo de la dinámica y el caos se hizo presente un rato.

Después se podían ver algunos cartones, hojas o mantas que indicaban el tema de la mesa. Algunas usaron el micrófono para anunciar la hora y el lugar de una determinada mesa. Para otras, la opción era preguntar en cada mesa que tema se discutía.

Una integrante de la colectiva Antimusas y afectada ambiental del Río Santiago, afirmó que se debía entender la lucha feminista como “una que no se separa de la lucha de la defensa del territorio” ya que “el cuidado de nuestra vida a través de la defensa del territorio, va desde proyectos agroecológicos, acceso a la alimentación sana y tratamientos alternativos de agua que nos permita acercarnos al Río Santiago”.

Para el último día se continuó con algunas mesas en lo que algunas celebraban estar juntas con música, cantos, bailes y danzas; otras se echaron una cascarita de fútbol y otras más empezaron a meter las cosas a la mochila y a despedirse de las compas.

Las largas filas para comer, rellenar las botellas de agua, usar los baños, lavarse las manos o los trastes, llegaban a su final. Se vio cómo muchas mujeres salían del espacio que las apapachó apenas cuatro días.  

La sensación del encuentro

Lo que convocó a más de cuatro mil mujeres, con una gran presencia de latinoamericanas y la destacada asistencia de las kurdas, fue tener ese vínculo con otras mujeres para tejer redes que vayan más allá del encuentro.

Las mujeres crearon un espacio seguro donde se sintieron oídas y respaldadas. Ellas mostraban su solidaridad cuidándose mutuamente, con la confianza en las demás y reuniéndose para pensar cómo enfrentar y frenar la violencia. Lograron escucharse y debatieron, se apoyaron y respetaron las diferentes formas de ser feminista y de ser mujer.

Fue el espacio no para ver quiénes eran las que luchaban más, sino para compartir las experiencias, para fortalecer las redes de apoyo, para pensar en procesos de justicia que, en primera instancia, contenga y baje la violencia contra las mujeres y cómo trabajar en conjunto para erradicarla, para algunas mujeres era “pensar en una justicia que sane”.

El encuentro dejó el abrazo solidario, de apoyo, que obliga a reconstruirse ante tanta violencia que azota a las mujeres del mundo. Después de cuatro días, volver a la realidad de espacios mixtos fue extraño.

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