
Desde la Comunalidad
Jaime Martínez Luna
Guelatao de Juárez, Oaxaca
Se celebra el día del trabajo, claro, todos pensamos inmediatamente en los obreros que hasta estrenan uniforme para marchar por las calles de la ciudad. Pareciera que solo la actividad remunerada fuera el trabajo. Es decir, la gente contratada, la que industrializa, la que fabrica bienes que después se ponen a la venta.
Lo que no se ve, pero que también es un sacrificio específico como el del hogar, el que se realiza con los amigos, con la familia, en la comunidad, pareciera no ser trabajo, sino un placer.
La actividad humana a lo largo de su historia, ha mostrado diversidad de significantes. El capitalismo industrial es el que dibuja, explica, significa lo que es el trabajo actual. Su característica es ser una labor remunerada, organizada y llena de detalles como son las prestaciones, beneficios, etc. y en verdad, su existencia marca una visión del mundo, ¿cuál? Una era de sistemática esclavitud laboral que hace que la especie humana dependa del capital que industrializa todo, hasta los residuos fecales.
La visión laboral de esta era, al esclavizar a través de la remuneración, forma a la sociedad interpretando al resto de labores como una expresión de inutilidad. El trabajo doméstico en lugar de apreciar su ejercicio integral, solo lo ve como complemento, como digno de cierto sector, el femenino, sobre todo, de los adolescentes incluso de los niños y niñas. Es en este sentido que la labor comunal, en verdad se aprecia de nulo valor.
El Tequio, al no remunerarse, al no llenar satisfactorios de orden mercantil, es interpretado como una acción inútil, no solo para el obrero sino para la misma trabajadora doméstica a quien se le paga por su labor.
Mucho más inútil es asistir a una asamblea para tomar decisiones participativas, en beneficio de una comunidad incluso de un centro de trabajo. Todo esto hace que la noción de trabajo se entienda solamente en su condición de actividad remunerativa.
Mencionamos lo anterior, porque con ello se ahonda la frontera entre los determinantes de la Civilización del poder, del conflicto, la competencia, con los determinantes de otra Civilización nuestra, fundada en el respeto, en la armonía, en la colaboración o la compartencia.
Por fortuna, la civilización ajena que se nos impone desde la invasión Europea está en franca descomposición, una exposición clara es el declive del imperio Trumpista, y el ascenso del imperio de la producción China. Cierto, no cambia mucho el espectro, pero la explotación sindical pasa la bandera al emprendedor mediano haciendo crecer la producción de bienes a un grado tal, que quien obtenga el poder del mercado será el imperio triunfante.
Mientras tanto los valores no valorizados por el Capital, paradójicamente aumentan su valor, dentro de la resistencia integral que dan al embate del mercado industrial. Por qué, simplemente porque son un resultado de una amplia participación de los habitantes de una región. Quiero decir que el tequio, la asamblea, la fiesta son una colaboración sistemática que enfrenta a la remuneración decadente y en decadencia.
Este primero de mayo, es la celebración de la sumisión a cambio de un salario. Este primero, es la ostentación de una sumisión al capital, no al trabajo. Además de ser un trabajo que aísla, desorganiza, individualiza la interpretación de la vida, es una celebración al control de la vida a través de su remuneración, y obviamente en una afrenta para el trabajo no remunerado que se realiza fuera de la fábrica o de la oficina, que, por su carácter civilizatorio de apoyo mutuo, está creciendo cada día para el diseño de nuevas Eras, más participativas, más integrales.
Es importante señalar que los dos razonamientos que se comentan: la de la remuneración y la del apoyo mutuo, permanecen en nuestras vidas en franco diálogo. Es decir, ambos razonamientos han convivido cinco siglos, de manera asimétrica claro, pero han convivido. Si la remuneración se ha vuelto hegemónica, el apoyo mutuo ha estado ahí en situación complementaria.
Lo anterior explica la fuerza de nuestra Civilización, de la natural relación que se da entre los elementos que constituyen una totalidad, frente a la fragmentación, frente a la individualización, que controla sindicalmente y partidariamente.
Ha llegado el momento histórico de olvidar el sueño aletargado que nos domina la iniciativa, ha llegado el tiempo de entender que no es el consumo de bienes la felicidad, y que la participación en el diseño de la vida es lo adecuado. En otras palabras, ya basta que nos diseñen el camino que hemos de caminar, es la hora de sembrar los árboles de nuestro propio camino, y para ello no se necesita un día, sino una acción participativa permanente.
Imagen: Esther L. Padilla. Nacida en San Antonio, Texas. Vive en San Lorenzo Cacaotepec, Oaxaca.
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