Un proyecto comunitario atiende a personas con discapacidad intelectual con hortalizas, abejas y cantos.
Redacción La Coperacha
Guanabacoa – Ciudad de México // 06 de noviembre de 2017
Guanabacoa es un pueblo sencillo y acogedor al este de La Habana. Ahí vive un proyecto familiar, encabezado por Lisi Frometa y Darío Matos que se inserta en los modelos de autogestión comunitaria: La Granjita Feliz.
En un espacio pequeño, de 25 metros cuadrados, esta familia construyó un páramo productivo de hortalizas, conejos, cuyos peruanos, codornices y abejas meliponas. “Las personas no creen que desde un balcón se pueda ser productivo”, afirma Darío.
Noventa conejos de cinco razas y panales de meliponas, que ellos también denominan abejas de la tierra, son el rasgo que hace diferente a esta granja cubana de las tradicionales. “Hemos tratado de hacer las cosas lo mejor posible aplicando ciencia y técnica”, secunda Lisi.
Las cachiponas cubanas
Las abejas meliponas, las que no pican y son deidades en las culturas mayas, llegaron a la Granjita Feliz cuando obtuvieron la Tercera Corona de la Excelencia que les dio el Ministerio de Agricultura.
Las abejitas viven en tres panales adornados como guaguas y producen una miel que es medicina, la miel de la tierra, le llaman.
“La miel de la melipona viene en pomos chiquitos y en Cuba hay sólo una especie, la beecheii“, explica Lisi Frometa. Son las únicas autorizadas por el gobierno porque no pican y no inoculan veneno. Hubo gente alérgica que llegó a morir por la picadura de la apis melífera.
Con las meliponas, conejos, codornices y hortalizas conviven niños y personas con discapacidad intelectual o con cáncer. Una niña de ellas se pone feliz con las melis y les dice “cachiponas”.
La idea de enseñarles a estos niños a producir sus hortalizas tiene que ver con un futuro incierto, donde sus madres y padres ya no estén con ellos: “estos muchachos deben tener un incentivo en la vida para hacer algo”, dice Lisi.
Los excedentes de esta granja, las hortalizas y la piel de los conejos, se comercializan con cuentapropistas, cooperativas no agropecuarias registradas en Cuba como parte de la actualización del modelo económico socialista.
La Casa de Cultura de Guanabacoa
A dos calles de la granjita se ubica la casa de cultura local que dirige Fran Upierre, quien abrió la puerta de la azotea y se formaron fotos maravillosas. Guanabacoa desde las alturas es dominada por una iglesia, un edificio colonial y árboles endémicos. En esa azotea se construye un proyecto denominado “captación de bohemia”.
En la entrada de la casa de cultura un joven saxofonista, piel mulata, hizo su primer concierto solista. Reniel Avilés empezó de clarinetista y hoy toca con los nietos de Compay Segundo. Sopla latin jazz. El chico, “mientras tenga trabajo”, quiere dedicarse a la música. Ha cultivado su arte desde los siete años.
La música era el previo a la inauguración de una muestra colectiva de niños pintores. En Cuba los niños pintan, son músicos y bailan. En entrevista el pequeño artista, Bryan Orozco, se dijo orgulloso de sus trazos. Más aún se veía su madre.
Frente a la discapacidad, la comunidad
La relación que guarda la casa de cultura con la Granjita Feliz es que son espacios paralelos donde participan las mismas personas, la comunidad. Los pequeños con discapacidad intelectual de la granja tienen esparcimiento en la casa.
Al iniciar este proyecto Lisi y Darío preguntaron a los responsables de salud en Guanabacoa sobre los registros de personas con discapacidad intelectual, con cáncer y otras enfermedades que pudieran ellos atender con terapias sociales. Su esfuerzo de inclusión llevó a la comunidad a actualizar los números.
Arriba, en el segundo piso de esta casa de cultura, los chicos y algunos adultos, prepararon una presentación musical. Durante hora y media cantaron y bailaron al ritmo de canciones que salían de unas bocinas.
Al fondo, tras bambalinas, las madres preparaban el siguiente número. Un remiendo por aquí, un peinado por allá, dejando guapos a los cantores. “Los proyectos comunitarios son por amor”, afirma Lisi, quien se ha vuelto maestra de ceremonias.
De pronto sonó Guantanamera, esos versos del alma escritos por José Martí y musicalizados por Joseíto Fernández, sones, y hasta el Cielito Lindo, seguidos de estruendosos aplausos. Un pastel, galletas y agua de guayaba de un dulzor que no se conoce en México cerraron la jornada.
La Coperacha