Desde la Comunalidad

Jaime Martínez Luna

Guelatao de Juárez, Oaxaca

La práctica de la democracia es el mecanismo excelso para acceder al poder. Es decir, al asentarse la democracia en un universo definido por la individualidad, la mecánica será competitiva, y quien triunfa entenderá esto como su triunfo individual.

El poder no se comparte se dice popularmente, pues sí, es la demostración que el poder es un ejercicio individual. Y resulta lógico desde esta perspectiva que entendamos a un partido político como una suma de individuos que al triunfar en la contienda, ejercitan el poder y que este lo encabeza un individuo.

Se ha pensado siempre que lo que se busca con la democracia es que el poder sea del pueblo. Pero si se parte de una visión individual, el poder no lo ejercita la gente sino el individuo o los individuos que acceden al poder. El pueblo o la idea de pueblo es solo un enunciado que justifica el acceso al poder. Lo que el Pueblo desea, es tener representantes que subsanen sus necesidades y problemas. Por lo mismo su empeño es tener una autoridad. Sí, un cuerpo de personas que impartan equitativa y racionalmente la justicia en la definición de sus relaciones y una equidad en la distribución de la riqueza en todas sus expresiones.

La idea de autoridad es un ejercicio para regular las relaciones, y si estas desde antaño han evidenciado desigualdad, la lucha en el poder será por evitar esa desigualdad o por darle continuidad. En esto mucho se habla de izquierda y derecha, de liberales y conservadores, diferencias heredadas de una situación colonial, que o bien se quiere o se dice que se quiere eliminar, o se lucha por conservarla.

La desigualdad se observa en todas las épocas de la historia humana, salvo en sociedades que alcanzan una regulación asamblearia, que se distinguen por no ser democráticas, sino sociedades consensuales. Pero entender esto a la luz de la colonialidad que tiene el poder, resulta un campo minado para recorrer.

La historia actual, con un sistema capitalista en el poder, nos dice que la lucha por el poder se centra en un discurso que busca una sociedad menos desigual. Una realidad donde no imperen los antagonismos. Sin embargo, su democracia política asentada en la individualidad, no desaparece la lógica mercantil, empresarial, de lucro o acumulación que es lo que hace permanente la desigualdad. La lucha por el poder no se centra en la eliminación del lucro, al contrario la fomenta asentando sus políticas en mayores inversiones de capital vengan de donde vengan. Esto hace eterna la desigualdad.

Es todo esto lo que argumenta la búsqueda de la participación, el ejercicio del consenso, la mecánica asamblearia, por el establecimiento de la autoridad, para regular las relaciones sociales desiguales hacia un mayor grado de equidad en la vida cotidiana. Para ello se habla del procedimiento que respete la autonomía, la libre o comunal determinación, pero ello encuentra en las realidades masivas urbanas e industriales mercantiles, un obstáculo difícil de trascender.

La solución como vemos no la podemos imaginar en la democracia, sino en la des estructuración de los modelos de poder, que dan base a los Estados-Nación, y que implica realidades definidas asambleariamente, aunque esto implique la desaparición del poder vertical del Estado, y se dé opción a una organización Comunal que se asiente en las relaciones cara a cara, es decir, más participativas, menos de ficción como se ve en sociedades denominadas democráticas.

Eliminar la ficción, y asentar las relaciones sociales en el concepto de autoridad, será un proceso largo tiempo, pero hay que empezar a caminarlo, porque está individualidad campante parece destruir el hogar de todos. Mucho se tiene que abrevar en las sociedades naturales, consensuales, en los pueblos originarios que han sobrevivido Gracias a su mecánica asamblearia.

Imagen: Filogonio Naxín (Mazatlán Villa de Flores, Oaxaca, 1986). El brote de la casa

Colaboraciones anteriores:

Asamblea VS Anarquía

El magonismo y la asamblea

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