
Desde la Comunalidad
Jaime Martínez Luna
Guelatao de Juárez, Oaxaca
Si pensamos que somos los dueños del planeta, que lo que vemos es nuestro, y que incluso lo podemos vender, obviamente la muerte es el fin de la oportunidad de joder a quien queramos, demostrándole nuestra superioridad.
La muerte será el fin y solo esperaremos que se llore por nosotros, y que se peleen los vivos por los bienes que hemos dejado. Sí, porque desgraciadamente nada nos podemos llevar y lo que se queda todos lo querrán.
Por eso vale la pena pensar ¿es recomendable sentirse dueños del planeta? Yo creo que no, pues lo único que hacemos es sembrar conflictos, guerras. Apreciar ser algo que no puede ser. Nos engañamos acerca de la vida.
Pensar que nos adueñamos del planeta es una ficción no una realidad. Nuestros sentidos nos engañan porque nos olvidamos que para vivir tenemos que respirar y dejar de respirar es la muerte.
La respiración nos dice que somos parte del mundo, que más bien le pertenecemos, que dependemos de él. Y también que con las especies con quien compartimos el mundo estamos en franca interdependencia.
Sin embargo, si reconocemos que somos parte del planeta, no sus dueños, permitirá que entendamos que no se muere, que la muerte no existe. Que sólo nos transformamos, pero seguimos siendo parte del mundo convertidos en polvo, en gusanos, en abono, seguimos siendo el planeta tierra, incluso que seguimos respirando, de otro modo, pero seguimos vivos.
Es por ello que, en cualquier lugar de México, estos días bailamos con nuestros muertos, comemos y cantamos con ellos. Celebramos nuestra unidad eterna. Dibujados de calaveras y con mezcal en mano celebramos la vida.
Los extranjeros no entienden, por qué en lugar de llorar, bailamos, celebramos.
Para nosotros es compartir la fiesta con ellos, efectivamente porque no han muerto. Y el primero y dos de noviembre es tan solo un pretexto para estar juntos.
Imagen: Francisco Toledo (Juchitán 1940-2019).
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